Las artes contemporáneas son escenarios prolijos para comprender cómo se construye el sentido del hacer memoria en un país que adolece por su ausencia. Estas nos recuerdan lo que dejamos de ser por optar por lo que optamos ser, dado que en muchas ocasiones, a través del concepto, la forma, el material o el proceso en la creación se ha emprendido la tarea de comprender cómo el sujeto, en su condición de víctima y/o victimario, hace parte de la configuración de las subjetividades estéticas, políticas e históricas que hablan sobre el sentido de su existencia: nuestra realidad; en especial, cuando dicha búsqueda procura revistar la capacidad de transmitir más de un sentido a través de las manifestaciones del sujeto (Ricoeur, 1975). La obra es un libro abierto que se lee de múltiples maneras. Los críticos, historiadores y, en la actualidad, curadores de la obra intentan realizar genealogías de los sentidos que estas contemplan o inspiran. Sin embargo, el ejercicio de esta búsqueda debe explorar cómo la obra se moviliza por diferentes universos y fronteras semióticas (Lotman III, 1996) con las que se aproximan a los discursos históricos de los fenómenos situados, tales como la violencia producto del conflicto armado acaecido en las últimas décadas del siglo XX, o los relatos personales, íntimos y emocionales con los que se intentan re-significar la existencia de todos los que hemos vivido esta guerra que lleva instalada más de 70 años en nuestras consciencias. En este espacio se presentará cómo se ha configurado el sentido de esta realidad construida a partir de la historia y la memoria que habla de un país que busca salir del conflicto, contar los hechos y seguir caminando.