“La moda no incomoda”, “la moda te hace feliz”, “la moda es el imperio de lo efímero” son frases que por décadas acompañaron discursivamente prácticas, en principio, difíciles de aceptar por las mayorías, pero que el propio mecanismo de la moda como un proceso de identificación y diferencia (Bourdieu, 1990), evaluó, aceptó y, finalmente, incorporó al mercado y a los usos y costumbres sociales. La moda y su materialización, las tendencias, antes que objetos, imágenes o prácticas son discursos; es decir, formas que modelan la doxa y construyen relatos en los que los sujetos circulan confiados, cómodos y confortables en lugar de cuestionar, o incluso pensar sobre sus deseos, decisiones e identidades. En un intento por trazar la trayectoria de la moda y sus discursos, diferenciaremos los sentidos de los conceptos “moda”, tantas veces criticado por frívolo, capitalista, antiecológico, modelador de cuerpos y conductas, y “tendencia”, que en esta época es naturalizado e ingenuamente aceptado. Un enfoque semiótico de la moda como discurso doxológico va más allá de la mera descripción de los ciclos de innovación, repetición y descarte, ya que supone analizar los signos con los que determina sus condiciones de producción, circulación e interpretación. Si la moda siempre estuvo atada a la modernidad (Habermas, 1983), en tiempos en que se acuerda que ésta encontró su fin, la pregunta que emerge es por qué la moda sigue siendo hablada, difundida, y utilizada tanto por los medios masivos tradicionales (revistas de moda, suplementos de diarios, segmentos televisivos, reality shows) como por los nuevos medios (You Tube, Instagram, Facebook, Twitter). Será tal vez que la moda nunca perdió su promesa de libre experimentación, esa que rápidamente es disciplinada, ordenada y organizada para el consumo y la consiguiente tranquilidad del statu quo.