Sobre la verdad semiótica y presemiótica de la imagen

Durante el prolongado dominio de la pintura occidental, la experiencia de mirar parecía sugerir que era posible, de un modo directo y sin mediación alguna, representar la realidad. En el sentido en que podríamos mirar una imagen cualquiera y pensar: ése es el aspecto mismo de tal o cual objeto. Sin embargo hoy, la crítica a la representación insiste machaconamente en que dicha referencia a la realidad está contenida puramente en condiciones de sentido predeterminadas socialmente. Lo que hoy habría que conocer son las condiciones que han permitido modos de representación divergentes según épocas y culturas diversas. Los deseos humanos impulsan la creación de sustitutos, pero la elección de sustitutos –ya desde Gombrich o Goodman- se pensaba determinada por sistemas culturales y no ya por la semejanza. Bajo la influencia del estructuralismo y el posestructuralismo el problema quedó aparentemente resuelto, aún cuando las imágenes -francamente- se diferencien de otros sistemas de signos, porque son continuidades en las que cada marca es interdependiente, no operando ya a través de una combinación de marcadores discretos tal como sucede en el lenguaje. Con el tiempo, el problema de la iconicidad, aún sin una resolución convincente, fue dado por superado en muy diversos escenarios, incluyendo la semiótica de Buenos Aires, donde simplemente todo efecto realista de las imágenes debía comprenderse como visibilidad histórica. Para muchos de nuestros autores, formados con parejas referencias intelectuales de Barthes, Foucault, Derrida o Bryson, la «imitación de la naturaleza» -la base de la tradición de la imagen occidental- había sido -básicamente- un enmascaramiento sistemático que exigía –de parte nuestra- tan sólo una deconstrucción guiada por un espíritu de sospecha. Este desplazamiento típico dentro de los debates semióticas sobre la representación –que supieron animar Maldonado y Eco- proscribió toda consideración acerca del funcionamiento semiótico más primario de las imágenes. En la comunicación que ahora resumimos, presentamos algunos argumentos en contrario, señalando –cuando menos- aquellos aspectos en los que un «sociosemiotismo», que sostiene que todos los significados y lecturas están construidos cuasi-arbitrariamente, se encuentra cada vez más reñido con la tentativa científica de definir la mente como un sistema informático natural, destinado -desde el nacimiento- a entender primariamente las imágenes de cierto modo y no de otro. Restableceremos el problema del funcionamiento de las imágenes en una región aún muy poco explorada de los estudios semióticos, la zona próxima al denominado umbral inferior de la disciplina (Eco). Motivos que escapan a la inteligibilidad de la hegemonía sociosemiótica, introducidos desde «abajo», fundamentalmente de disciplinas que constituyen el contexto naturalizado de los estudios semióticos. Reconsideraremos la hipótesis respecto de cómo la experiencia semiósica nos dice que tenemos la impresión de concebir imágenes mentales y que, además, interpretamos pública e intersubjetivamente numerosos fenómenos a través de representaciones visuales. Por lo cual, hemos abordado en nuestro trabajo esta suerte de componente «icónico» del conocimiento con el mismo título que la existencia de tipos cognitivos visuales, para dar razón de lo que el sentido común nos propone.
País: 
Argentina
Temas y ejes de trabajo: 
Semiótica y ciencias cognitivas
Semióticas de los lenguajes visuales, sonoros y audiovisuales
Institución: 
Universidad Nacional de Córdoba
Mail: 
fraenza@gmail.com

Estado del abstract

Estado del abstract: 
Accepted
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